«Sonrisas» Ganett by Lou Carrigan

«Sonrisas» Ganett by Lou Carrigan

autor:Lou Carrigan
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
publicado: 2001-12-31T23:00:00+00:00


CAPITULO VI

Mildford, jefe de la estación férrea de Aguadulce, miró a los dos hombres con la boca abierta.

—Pero... pero si hago eso... me matarán...

—¿Quién? ¿Garvan y sus hombres?

El hombre estaba pálido.

Sid le interrumpió:

—Veamos, señor Mildford: ¿cuántos vagones se dirigen hacia aquí para recoger el ganado de la región y llevarlo hacia el norte?

—Algo más de cincuenta...

—Muy bien. ¿No le parece legal que el señor Coleman adquiera para el transporte de su ganado, esos cincuenta vagones?

—Pero es que...

—¿Le parece legal o no?

—Sí, claro. Si Coleman quiere esos vagones...

—¿Ha venido alguien antes que nosotros a contratarlos?

—No, no... Bueno, eso no se ha hecho nunca hasta que los vagones han llegado a la estación. Entonces, los ganaderos se los reparten y cada uno paga su parte.

—El señor Coleman pagará lo que valgan esos cincuenta vagones.

—Pero él no necesita tantos...

—Desde luego que no. ¿Cree que el señor Coleman, al contratar todos los vagones, está faltando a algún pacto tácito entre los ganaderos de la región?

—Exactamente eso es lo que yo iba a decir.

—Muy bien. Haremos una cosa: dígales a los pequeños rancheros lo que ocurre. Y dígales que Sidney Coleman no se desprenderá de un solo vagón hasta que «todas» sus reses estén ya embarcadas convenientemente. Entonces, y sólo entonces, cuando el señor Coleman tenga sus reses en los vagones y sepa cuántos le sobran, se desprenderá de los demás.

—Pero... pero... Coleman no podrá traer aquí su ganado...

—¿Porqué?

El hombre comenzaba a sudar.

—Pues... todo Aguadulce sabe que su manada está retenida en Great Prairie por... por...

—Por Garvan y sus hombres. Y eso, ¿te parece legal? Nadie se ha atrevido a ayudar a Coleman. Al contrario, se alegran de esta dificultad suya. Los pequeños rancheros, callan. Mejor para ellos, ya que cuantas menos cabezas salgan hacia el norte, mejor precio se obtendrá. Y la manada de Coleman es considerable, digna de tenerse en cuenta. No serán ellos quienes le ayuden a menos, claro, que se vean forzados a ello. Vamos, señor Mild-ford: extienda el contrato de embarque de ganado... con cincuenta vagones para Sidney Coleman. Y hágalo pronto. Tenemos otras que hacer todavía en Aguadulce.

—Pero...

Gannet golpeó la mesa.

—¡Déjese ya de peros, estúpido!

Gay Mildford había vuelto a palidecer, sobresaltado por la brusca reacción de aquel muchacho de aspecto simpático y amable. Con manos ligeramente temblorosas, procedió a obedecer la orden recibida.

Sid tomó el papel y lo pasó a Coleman.

Este le echó un vistazo.

—Entonces, pague y vamonos de aquí.

Sonriendo, Sidney Coleman obedeció las indicaciones de Gannet. Tras dejar el dinero en la mesa, palmeó la mejilla de Mildford.

Wesley Garvan apretó furiosamente los puños. —¿Estás seguro, Gurley? —Claro. —¿Y Cartlett?



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